Marina no conseguía pegar ojo, pensando una y otra vez en la historia que le había contado su abuelo. El solo hecho de imaginarse que tiempo atrás, hubiera tenido lugar un acontecimiento tan atroz como ese, a tan solo unos pasos de su casa, le producía escalofríos. ¿Sería verdad? Era difícil de creer. Por suerte, y después de dar vueltas en la cama durante más de una hora, logró dormirse.
Por la mañana, su madre tuvo que entrar a despertarle. La alarma de su móvil, que llevaba sonando un buen rato, sólo había conseguido que se hundiera cada vez más en las profundidades de su cama.
–¡Levántate!, son ya las 8,30 y no llegarás a tiempo.
–¡Sí mamá, ya voy!– respondió Marina.
Se vistió deprisa, cogió la bici y se puso a pedalear, dirección al instituto.
La clase de matemáticas ya había empezado, así que entró sigilosamente y se situó en la última fila. Sacó rápidamente su cuaderno y se puso a tomar nota de todo lo que el profesor había escrito en la pizarra a cerca de la campana de Gauss. El nombre le hizo recordar la leyenda que su abuelo le había contado la noche anterior sobre la Campana de Huesca. Así que pensó que lo primero que haría al volver a casa por la tarde sería meterse en internet a buscar información.